Tengo
la fortuna de haber nacido en San Francisco Tecozpan, una de las doce
comunidades del antiguo señorío de Malacachtepec Momozco, hoy Milpa Alta.
Es uno de los cuatro pueblos más pequeños
de esta demarcación; Característica que sin duda alguna a permitido resguardar
muchas costumbres y tradiciones que hasta nuestros días perviven. Me atrevo a
decir que Tecozpan es un pueblo mágico y fascinante; Pues si bien, a primera
vista pasan desapercibidos muchos aspectos de su abundante historia y mitología,
conforme uno se adentra en la investigación se aprecian relatos y crónicas
llenas de leyendas, fantasía y heroísmo casi épicos.
En un tiempo atrás los vecinos de
otros pueblos nos llamaban: “Tequimichtin”
es decir; “los ratones de las cercas de
piedra”. Pues nuestros abuelos eran muy penosos y desconfiados, ya que se
cuenta que: Cuando pasaba por el pueblo alguien ajeno a la comunidad, la gente
del pueblo se encerraba en sus jacales, que estaban hechos la mayoría con
paredes de piedra sobrepuesta y techumbre de tejamanil, y desde las fisuras que
se hallaban entre las piedras sobrepuestas se asomaban a divisar quien era la
persona que pasaba en ese momento por ello nos decían “Tequimichtin” porque parecíamos
ratoncitos asustados, enseñando casi, casi na´mas los bigotitos por las
rendijas.
Sin embargo existía también otro
mote con el cual nos nombraban: “Tetlachihutin” también en idioma nahuatl, que
significa: brujos. Aquí se curaba de enfermedad, mal aire y maldad.
Hay un lugar muy importante en mi
pueblo para muchos de sus habitantes y no porque sea un inmueble virreinal o
nos hable de alguna batalla zapatista. No, este lugar, nos habla sobre un evento
mágico y sobre natural, es: El Ahuehuete.
Del cual narraré la leyenda y el origen de la misma.
Hace muchos años, antes de la década
de los treinta, Tecozpan al igual que todo Malacachtepec, sufria de desabasto
de agua. No había red pública de agua potable, y la gente sufría mucho a causa
de ello.
Para el caso de mi pueblo, la manera
de obtener el vital líquido era acarreándolo en cubetas desde un lugar llamado Nochcalco, que está a varios kilómetros
de distancia del pueblo. Sin embargo para poder entender un poco más esto, bien
vale reflexionar que: En aquella época, las cubetas, no eran como las de hoy,
que son de plástico sino de madera, que al mojarse absorbe la humedad y pesa
aún más. Pocos tenían la posibilidad de tener bestias de carga, ya fueran
mulas, burros o caballos; La mayoría de la población carecía de ellos y tenían
que, cargar con un palo que cruzaban sobre sus espaldas llamado aguantador. No
habían calles hacia Nochcalco, eran apenas veredas, el terreno en varios puntos
de la ruta era accidentado, y algo más casi nadie usaba guaraches, solo los más
acomodados, que obviamente eran muy pocos. Aunado a esto, imagine el lector: El
martirio que era, cruzar por algunas zonas arenosas, cuando el sol se hallaba
en todo su esplendor, decían los abuelos que era muy doloroso, pues se quemaban
la planta de los pies, se les agrietaban, los talones y hasta se ampulaban;
Además de tener cuidado de no venir tirando el agua en el vaivén del caminar.
En conclusión obtener agua era muy, pero muy difícil.
Algunos captaban agua de lluvia en
algo que llamaban mezontete, que era una oquedad que realizaban sobre el mezote
del maguey, es decir el tronco. Entonces, el mezontete servía como tina para
captar agua de lluvia o simplemente para almacenarla. En este devenir tan
tortuoso y complicado hacia el abasto del vital líquido, surge una leyenda, “La leyenda del ahuehuete”, que les
narraré a mi modo basándome en los relatos que a mí me contaron Doña Emilia
Galicia y su hijo, mi querido cuñado Margarito Galindo Galicia, que en paz
descanse, así como otras abuelitas y abuelitos, que ya fallecieron y que tuve
el gusto de conocer y hacerme su amigo, cuando fundamos el grupo de la tercera
edad de mi pueblo, hasta hoy llamado Tocoltzitzihuan
a finales de los noventas.
Cuentan los abuelos que en el
ahuehuete había agua. Agua encantada, y que una vez le sucedió a un señor de
aquí del pueblo que iba rumbo a Nochcalco con su cargador y sus cubetas de
madera, vestía a la usanza de antes: su calzón de manta atado hasta sus
canillas de las piernas, su faja tejida bien gruesa. Y descalzo, venia bajando
por donde ahora está la Guadalupita, en la colonia. En ese entonces no había
tal templo, solo maizales y milpas de labor con sus pancles de magueyes. Al
pasar junto a la milpa donde está el ahuehuete este hombre vio a un señor muy
elegante de aquella época, ahí parado junto al ahuehuete vestido todo de negro
con traje de charro, espuelas de plata, encajes de hilo de oro, un moño rojo
color sangre y un caballo muy grande color negro azabache.
¿A dónde va mi amigo?, preguntó el
charro. A Nochcalo señor -¿Y eso por qué? -Voy por agua. -Ya veo, hombre pues
si usted quiere ya aquí tengo bastante pa´ compartirle, claro si usted gusta -No,
muchas gracias señor -No se agüite mi amigo, sin pena, acérquese pues.
Finalmente el señor se acercó y el charro le ofreció, en un vaso de cristal
agua fresca y pura.
-¿Qué tal, le sirvo más? -Por favor
patroncito, si me hace usted favor. No se preocupe que aquí hay suficiente, es
mas deme sus cubetas ahorita mismo se las lleno, respondió el charro.
Después de una buena platicada, el
señor tomó sus cubetas y con ayuda de su aguantador emprendió su regreso, muy contento,
no sin antes haberle agradecido infinitamente al charro por su generosidad. Después
de un par de días el señor iba nuevamente con sus cubetas hacia Nochcalco; cual
fue su sorpresa cuando volvió a ver nuevamente al charro.
-Buenas patroncito. -¿Quiubo onde vas?, no me
digas que otra vez vas por agua hasta allá?,
-si patrón -No se diga más venga pa´ca ya sabe que aquí hay suficiente
agua pa´ saciar su sed y pa´ llevar a su jacal, - gracias patrón, de veras Dios
se lo pague.
Después de un par de semanas ya casi
heran amigos pensaba el señor del pueblo y casi diario ya iba por agua, sin
embargo su esposa comenzó a sospechar y cuando le preguntó de donde traía tanta
agua y tan pronto, este le platicó todo y ella muy asustada, le respondió: esto
es obra del otro . ¿Cuál otro?, contesto ingenuamente su esposo, - ¿Cómo que
cuál otro? que no te das cuenta, pues del chamuco, satanás, lucifer, el patas
de cabra o como quieras tú llamarle - ¡hay mujer de ¿dónde sacas eso?, tú y tus
malahueros y supersticiones!
Días más tarde el hombre ya
acostumbrado a ir con el charro por su agua llego al ahuehuete poco después del
mediodía y después de un rato de platica y camaradería le pidió agua, entonces
el charro le respondió, -Sí, sí puedo seguir dándote más, incluso no solo a ti
sino a toda tu gente, a todo tu pueblo, solo hay algo que te quiero pedir,
mira: ves ese hueco grande en donde se bifurca el tronco del árbol, ahí me vas
a ofrecer dos bebés recién nacidos, casaditos, es decir niño y niña, una vez
que los tengas los lanzas por el hueco y yo desencantaré estas aguas, porque
aquí debajo del árbol hay muchísima agua, y ahoritita mismo la vas a ver.
Entonces
por arte de magia, comenzó a mover las manos de modo que, la tierra cedía
caprichosamente a su voluntad. Después de mover mágicamente varias capas de
tepetate, el agua comenzó a brotar a borbotones, como si fuera manantial. El señor
al mirar todo esto se heló, la piel se
le puso de gallina y entonces, sin pensarlo comenzó a correr hacia su jacal y
sentía que por más que corría no avanzaba. Volteó a mirar al charro que lo
perseguía montado en su caballo negro azabache, pero cuál fue su sorpresa que,
al mirar nuevamente pudo darse cuenta que su caballo corría sin tocar siquiera
el piso y de su hocico y nariz bufaba fuego; En los ojos de ambos, jinete y
caballo no se distinguía mas nada que una oscuridad que le paralizaba de
horror.
Sin
saber cómo logró llegar a casa y llorando a mares le dijo a su esposa lo que
había sucedido, ambos se pusieron a rezar, colgaron en la puerta de su jacal
una cruz de pericón que, hacía poco un compadre les había traído de Morelos,
pusieron a los pies de su petate las tijeras en forma de cruz, pero a la media
noche, un frio infernal se dejó caer sobre su casa, los perros comenzaron a
aullar dolorosamente, y comenzó el charro a llamarlo por su nombre una y otra
vez, su esposa estaba como desmallada y no volvía, entonces como todo buen
Tequimichin de Tecozpa se asomó por las rendijitas de las piedras sobre puestas
de su jacal para poderlo mirar, cuando de pronto le llamo a sus espaldas y le
dijo -¡¡ dos niños casaditos y el agua
será liberada para el pueblo!!-, entonces el hombre no pudo más y se
desvaneció.
A
la mañana siguiente, entre la bruma del amanecer, las campanas del templo de
San Francisco de Asis, santo patrón de Tecozpan, doblaban dolorosas y tristes
la melodía de una misteriosa muerte de uno de sus pobladores, la viuda había
despertado y lo que hallo fue el cadáver de su marido con el rostro horrorizado
como si hubiera visto al mismísimo diablo. La viuda narro a los amigos y
familiares lo que a su marido le había sucedido en sus últimos días de vida y
la historia comenzó a narrarse de generación en generación hasta nuestros días.
Muchos aun dicen que si uno va a media noche en cierta época del año puede ser
que el charro negro se le aparezca y le ofrezca desencantar el agua. Pero yo
digo que nadie nunca dio niños en este pueblo para el diablo, por eso el agua
sigue hasta nuestros días encantada a los pies de su guardián, que es el misterioso
árbol del ahuehuete.
Pues bien dicen que todo mito o
leyenda tiene casi siempre una realidad histórica de la cual nace. Recordemos
pues, que fue en el siglo XVI cuando España sojuzgó nuestras tierras e impuso
la fe cristiana. Muchos templos importantes se construirían justo sobre las ruinas
de los antiguos templos y adoratorios prehispánicos; Sin embargo, no en todos
los casos fue así, hubo adoratorios o centros ceremoniales que no tuvieron este
final y a los que simplemente la iglesia se limitó a satanizarlos, como lugares
non gratos en los que moraba el enemigo y la maldad.
Menciono esto porque es en este
fenómeno sociocultural dónde se dieron las condiciones necesarias para la
leyenda del ahuehuete, procederé a explicar algunos detalles con detenimiento.
Un ex coordinador
de mi pueblo amigo mío, llamado Servando Gallardo Silva, y yo, tuvimos allá por
el 2005, una plática en la que hizo un comentario muy interesante, él me dijo
literalmente: “allá en el ahuehuete antes, había una como pirámide pequeña”.
Debo aceptar que ante comentarios de esta índole, suelo siempre escuchar, pero
en mi interior siempre soy muy escéptico, pues algo como eso no se toma muy a
la ligera.
Un par de años después en una
reunión con mis compañeros del Consejo de la crónica de Milpa Alta, el Profesor
Manuel Garcés Jiménez, secundó el comentario que años antes Servando me
hiciera, esta vez además había un detalle extra, describió la supuesta pirámide
pequeña como si estuviera construida con algo como estuco.
Comentarios más, comentarios menos,
en los que varias personas de mi pueblo mencionaban no tanto una pirámide
pequeña, sino que varios de ellos
dijeron un día que había un techacal
al lado del ahuehuete, entre ellos, el ya finado profesor don Federico Campos
Roldan, un gran amigo y maestro para mí de las historias de mi pueblo.
Por aquellos años y pese a grandes
esfuerzos por saber más sobre mi tierra había detalles que pasaban inadvertidos
para mí, una noche después de la reunión de cronistas que celebramos en la
coordinación de enlace territorial de Tecozpan, le pedí a Sergio Abad un
compañero cronista del pueblo de Santa Ana Tlacotenco, que en ese entonces
estudiaba la carrera de historia, que me diera su opinión respecto a unas
fotografías que tomé de unas imágenes pintadas en un peñasco al que todos en mi
pueblo llamamos Tetlacuilole que
significa en nahuatl: la piedra con
dibujos, así que fuimos a tomar un café, la plática se alargó, Sergio me
exponía también sus avances y observaciones sobre sus investigaciones respecto
a su natal Tlacotenco. Cuando al calor de la plática mencionó la palabra
techacal, lo interrumpí en ese momento y le pedí que me explicara qué era eso,
pues si bien tenía ya una vaga idea de ello, me interesaba saberlo desde la
perspectiva de un cronista, pues muchas veces pueden apreciar más detalles.
Sergio dijo: son montículos de
piedras casi siempre sobre puestas que hay en los terrenos de labor o en el
monte, a veces los hacen solo para conjuntar las piedras que hay en la milpa,
aunque también en nahuatl tienen otro nombre, porque antiguamente se usaban
para ceremonias rituales, es decir también se le llama momoztli, que en nahuatl
significa altar pequeño.
Me di cuenta entonces que lo que
había en el ahuehuete si bien no era una pirámide si podría ser un pequeño
altar, o simplemente el resultado de un excedente de piedra volcánica que en
lugar de andar desperdigada por la milpa alguien había acumulado hasta formar
un montículo, un techacal. Sin embargo, años atrás mi Profesor de escritura
mexica Ulises Valiente, me había enseñado a escribir el glifo de Malacachtepec
Momozco en caracteres pictográficos, es decir a través de glifos prehispánicos,
además de realizar la lectura del mismo de un modo tan bello como a ningún otro
nahua hablante le he escuchado traducirlo, dijo: Malacachtepec momozco
significa: “En donde los cerros se tuercen, en donde abundan los pequeños
altares” – En efecto, la última palabra de esta voz nahua, comenzaba a tomar
sentido, porque hay muchos lugares en Milpa Alta en donde hay techacales. Techacales
que, tal vez no solo fueron eso sino probablemente momoztin.
Antes de continuar quiero comentar
querido lector que a veces hay regalos que la vida nos tiene reservados incluso
quizá antes de nacer. Creo que el cronista tiene ya agendadas citas con el destino,
o quizá simplemente el capricho de la tierra que nos vio nacer está dispuesta a
develarnos ciertos secretos sepultados a aquellos que con amor estamos
dispuestos a narrar para que nunca se olviden y se guarden en la conciencia
colectiva de sus habitantes. Y digo todo esto porque el hallazgo que me toco
realizar y las conclusiones a las que pude llegar, más allá de un trabajo de investigación
científica, fueron coincidencias del destino.
En el 2008 monté una exposición
fotográfica y etnográfica de mi pueblo con amigos míos del Consejo de Cultura
de Tecozpan, entre ellos Luis Jimenez Beltran, Mauricio Peñaloza y Juan José
Reyes Aguilar, este último se percató que Miguel Ángel Roa había aportado
algunos tepalcates, uno de ellos muy interesante para nuestra historia pues uno
de ellos por ejemplo, era la representación de Cuauhyeyecatzin el ultimo líder
de Tecozpan que mencionan los títulos primordiales de bienes comunales de Milpa
Alta, Don Federico Campos nos aportó también para ser exhibido un monolito que
hallaron en terrenos de labor cercana al ahuehuete y otros vecinos más llevaron
piezas semejantes.
Juan
José entonces nos dijo que una de sus tías que vivía en el vecino pueblo de San
Agustín Ohtenco, tenía unas piezas de barro que había encontrado en el
ahuehuete, pues ella era la dueña de ese predio. No muy convencidos porque el
tiempo ya estaba muy corto y apremiaba terminar el montaje de la exposición que
entre fotos y objetos sumaban más de trecientas piezas y debía de celebrarse la
inauguración la tarde siguiente que era 4 de octubre -fiesta del santo patrón
San Francisco-, aceptamos asistir al domicilio de su tía, quien en un principio
se mostró un poco desconfiada pero cuando Juan José le explicó el motivo de la
visita y que se nos prestasen las piezas, para exponerlas a la gente del
pueblo, aceptaron. Primero en mostrárnoslas, yo me quedé sorprendido al
contemplar las vasijas trípodes en forma de senos femeninos que nos enseñaron
entonces, algunas ya estaban muy maltratadas, pues eran de barro, pero otras se
conservaban bastante bien, al cuestionarles en cómo o en dónde las habían
hallado. Me contestaron que hacía unos años atrás derribaron un techacal, que
se hallaba a un costado del ahuehuete, y
que incluso cuando se dieron cuenta y las comenzaron a sacar contenían dentro
huesos muy pequeñitos, como si fueran de animales y agregando José Luis en
forma de broma y remembrando la leyenda dijo: Ó tal vez de bebés; Todos
guardamos silencio como no queriendo saber más y entonces comenzamos a contar
las piezas y a apuntarlas para cuando las regresáramos. Por último, ya casi a
punto de salir le dijo a su hija que trajera la otra, pero mencionó que no
podía porque era muy pesada y Mauricio que es un hombre muy ancho fue por la
pieza y nos la mostró, tanto a la dueña como a nosotros no nos asombró pues no
era una pieza por así decirlo, muy estética, incluso yo pensé en no llevarla a
la exposición pues no me parecía genuina, pero decidimos presentarla también.
La
pieza era lo que en arquitectura se conoce como dintel, aunque en ese momento
yo lo ignoraba, los dinteles son piezas generalmente ornamentales que se
colocan en las entradas de alguna habitación.
Era
una piedra cuadrada, con un bajo relieve en el que apenas se apreciaban las
mínimas facciones de un rostro: ojos, boca, unos círculos a la altura de las
mejillas, dos líneas paraleleas que atravesaban de lado a lado la frente y en
el espacio entre éstas unas líneas que formaban casi cuadros la piedra no era
negra volcánica como la que abunda más por esta zona sino que era un poco rosada, como la que sólo he visto
que hay en San Bartolomé Xicomulco.
Siendo
honesto creo que me mostré muy incrédulo ante la pieza, sin embargo había algo
real, el momoztli del que tanto me habían hablado, existió y no solo era un
techacal los vestigios estaban ahí eran reales y los podía tocar con las manos,
el pasado oculto estaba ahora presente ¡después de no imagino cuantos siglos! Presente
en la fiesta de su gente en un lugar digno de su recuerdo.
Un
par de años después en el 2010, preparando material para mi clase con los
chicos de Niños Talento, a los que les daba clase de escritura pictográfica
nahua, revisaba algunos códices que tenía digitalizados en la computadora,
¡cuando la vi!, en una de las láminas del códice Magliabechiano, que representa
el baño del temazcal, Tonan tlazolteotl, la patrona de las parteras y los
médicos del México prehispánico engalanaba en forma de un dintel la entrada al
temazcalli, el baño de vapor que tanto se usó en nuestros pueblos para curar la
enfermedad.
La
vida nos da regalos insisto y creo que uno de esos que me dio a mí y a través
de mi a mi pueblo fue ese, encontrarme con Tonan tlazolteotl como divinidad a
la que se rendía culto en Tecozpan desde hacia siglos, pues el dintel que
presentamos en aquella exposición era la viva representación del dintel que
aparecía en el códice, incluso con las herramientas digitales con que hoy día
contamos, recorte la imagen del códice y la traspuse sobre la foto de la piedra
y todos los detalles labrados en bajo relieve coincidían con los que el
tlacuilo plasmo en el códice.
Tonan
Tlazolteotl es pues el elemento histórico, divino y cultural que ata muchos
cabos sueltos en la historia de Tecozpan. Al inicio de este trabajo, hable
sobre el mote por el cual se nos llamaba, Tetlachihui, brujo, pero no era eso,
eran curanderos, médicos de los de antes, con técnicas místicas y milenarias,
aquí en el pueblo hubo: tepopohque como Don Sotero Pérez que curaba con piedras,
chupadores, como Don Marino Meléndez, sanadoras, como la abuelita de Don
Librado Jimenez Bastida que sanaba con puntas de obsidiana, y otros más como
Don Ventura cuyo apellido ahora no puedo recordar.
Es
decir en Tecozpan, desde siglos atrás se tuvo el don de la sanación, y ahora
puedo decir con conocimiento de causa que en el ahuehuete se le rindió culto a
la patrona de los sanadores. Ahora bien ya antes lo dije aquello que no es
propio de la fe cristiana fue declarado obra del diablo por la iglesia
católica, entonces querido lector ¿Será una coincidencia que en el lugar en
dónde se veneró siglos atrás a Tonan Tlazolteotl se apareciera ya en la
cosmovisión mestiza el mismísimo charro negro? claro que no, siempre fue una
verdad oculta desde siglos atrás, pero bueno, lo interesante de todo esto es la
capacidad que tenemos como momozcas, no sólo como tequimichtin, es decir como
tecozpences y como milpaltenses a pervivir y a conservarnos y reinterpretarnos
pero sin perder la esencia de quienes somos, desde que a nuestro líder
Tepalcatzin se le instruyó desde la la voz de Hueyitlahuilanque, en dónde serían
las tierras del pueblo que él fundó hasta hoy llamado Tecozpan.
Solo
como dato anecdótico y curioso, el hospital General de Villa Milpa Alta se
encuentra en el paraje llamado Tecozpan, en el límite del barrio de Santa Cruz
y mi pueblo, de los pocos profesionistas y técnicos que hay aquí, más de la
mitad se dedican a las ciencias de la salud.
Domingo
6 de Marzo del 2016, hasta siempre Victor Hugo González Chimal.
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