jueves, 5 de mayo de 2016

San Francisco Tecozpan y el misterio del ahuehuete.


Tengo la fortuna de haber nacido en San Francisco Tecozpan, una de las doce comunidades del antiguo señorío de Malacachtepec Momozco, hoy Milpa Alta.

Es uno de los cuatro pueblos más pequeños de esta demarcación; Característica que sin duda alguna a permitido resguardar muchas costumbres y tradiciones que hasta nuestros días perviven. Me atrevo a decir que Tecozpan es un pueblo mágico y fascinante; Pues si bien, a primera vista pasan desapercibidos muchos aspectos de su abundante historia y mitología, conforme uno se adentra en la investigación se aprecian relatos y crónicas llenas de leyendas, fantasía y heroísmo casi épicos.
            En un tiempo atrás los vecinos de otros pueblos nos llamaban: “Tequimichtin” es decir;  “los ratones de las cercas de piedra”. Pues nuestros abuelos eran muy penosos y desconfiados, ya que se cuenta que: Cuando pasaba por el pueblo alguien ajeno a la comunidad, la gente del pueblo se encerraba en sus jacales, que estaban hechos la mayoría con paredes de piedra sobrepuesta y techumbre de tejamanil, y desde las fisuras que se hallaban entre las piedras sobrepuestas se asomaban a divisar quien era la persona que pasaba en ese momento por ello nos decían “Tequimichtin” porque parecíamos ratoncitos asustados, enseñando casi, casi na´mas los bigotitos por las rendijas.
            Sin embargo existía también otro mote con el cual nos nombraban: “Tetlachihutin” también en idioma nahuatl, que significa: brujos. Aquí se curaba de enfermedad, mal aire y maldad.
            Hay un lugar muy importante en mi pueblo para muchos de sus habitantes y no porque sea un inmueble virreinal o nos hable de alguna batalla zapatista. No, este lugar, nos habla sobre un evento mágico y sobre natural, es: El Ahuehuete. Del cual narraré la leyenda y el origen de la misma.
            Hace muchos años, antes de la década de los treinta, Tecozpan al igual que todo Malacachtepec, sufria de desabasto de agua. No había red pública de agua potable, y la gente sufría mucho a causa de ello.
            Para el caso de mi pueblo, la manera de obtener el vital líquido era acarreándolo en cubetas desde un lugar llamado Nochcalco, que está a varios kilómetros de distancia del pueblo. Sin embargo para poder entender un poco más esto, bien vale reflexionar que: En aquella época, las cubetas, no eran como las de hoy, que son de plástico sino de madera, que al mojarse absorbe la humedad y pesa aún más. Pocos tenían la posibilidad de tener bestias de carga, ya fueran mulas, burros o caballos; La mayoría de la población carecía de ellos y tenían que, cargar con un palo que cruzaban sobre sus espaldas llamado aguantador. No habían calles hacia Nochcalco, eran apenas veredas, el terreno en varios puntos de la ruta era accidentado, y algo más casi nadie usaba guaraches, solo los más acomodados, que obviamente eran muy pocos. Aunado a esto, imagine el lector: El martirio que era, cruzar por algunas zonas arenosas, cuando el sol se hallaba en todo su esplendor, decían los abuelos que era muy doloroso, pues se quemaban la planta de los pies, se les agrietaban, los talones y hasta se ampulaban; Además de tener cuidado de no venir tirando el agua en el vaivén del caminar. En conclusión obtener agua era muy, pero muy difícil.
            Algunos captaban agua de lluvia en algo que llamaban mezontete, que era una oquedad que realizaban sobre el mezote del maguey, es decir el tronco. Entonces, el mezontete servía como tina para captar agua de lluvia o simplemente para almacenarla. En este devenir tan tortuoso y complicado hacia el abasto del vital líquido, surge una leyenda, “La leyenda del ahuehuete”, que les narraré a mi modo basándome en los relatos que a mí me contaron Doña Emilia Galicia y su hijo, mi querido cuñado Margarito Galindo Galicia, que en paz descanse, así como otras abuelitas y abuelitos, que ya fallecieron y que tuve el gusto de conocer y hacerme su amigo, cuando fundamos el grupo de la tercera edad de mi pueblo, hasta hoy llamado Tocoltzitzihuan a finales de los noventas.
            Cuentan los abuelos que en el ahuehuete había agua. Agua encantada, y que una vez le sucedió a un señor de aquí del pueblo que iba rumbo a Nochcalco con su cargador y sus cubetas de madera, vestía a la usanza de antes: su calzón de manta atado hasta sus canillas de las piernas, su faja tejida bien gruesa. Y descalzo, venia bajando por donde ahora está la Guadalupita, en la colonia. En ese entonces no había tal templo, solo maizales y milpas de labor con sus pancles de magueyes. Al pasar junto a la milpa donde está el ahuehuete este hombre vio a un señor muy elegante de aquella época, ahí parado junto al ahuehuete vestido todo de negro con traje de charro, espuelas de plata, encajes de hilo de oro, un moño rojo color sangre y un caballo muy grande color negro azabache.
            ¿A dónde va mi amigo?, preguntó el charro. A Nochcalo señor -¿Y eso por qué? -Voy por agua. -Ya veo, hombre pues si usted quiere ya aquí tengo bastante pa´ compartirle, claro si usted gusta -No, muchas gracias señor -No se agüite mi amigo, sin pena, acérquese pues. Finalmente el señor se acercó y el charro le ofreció, en un vaso de cristal agua fresca y pura.
            -¿Qué tal, le sirvo más? -Por favor patroncito, si me hace usted favor. No se preocupe que aquí hay suficiente, es mas deme sus cubetas ahorita mismo se las lleno, respondió el charro.
            Después de una buena platicada, el señor tomó sus cubetas y con ayuda de su aguantador emprendió su regreso, muy contento, no sin antes haberle agradecido infinitamente al charro por su generosidad. Después de un par de días el señor iba nuevamente con sus cubetas hacia Nochcalco; cual fue su sorpresa cuando volvió a ver nuevamente al charro.
             -Buenas patroncito. -¿Quiubo onde vas?, no me digas que otra vez vas por agua hasta allá?,  -si patrón -No se diga más venga pa´ca ya sabe que aquí hay suficiente agua pa´ saciar su sed y pa´ llevar a su jacal, - gracias patrón, de veras Dios se lo pague.
            Después de un par de semanas ya casi heran amigos pensaba el señor del pueblo y casi diario ya iba por agua, sin embargo su esposa comenzó a sospechar y cuando le preguntó de donde traía tanta agua y tan pronto, este le platicó todo y ella muy asustada, le respondió: esto es obra del otro . ¿Cuál otro?, contesto ingenuamente su esposo, - ¿Cómo que cuál otro? que no te das cuenta, pues del chamuco, satanás, lucifer, el patas de cabra o como quieras tú llamarle - ¡hay mujer de ¿dónde sacas eso?, tú y tus malahueros y supersticiones!
            Días más tarde el hombre ya acostumbrado a ir con el charro por su agua llego al ahuehuete poco después del mediodía y después de un rato de platica y camaradería le pidió agua, entonces el charro le respondió, -Sí, sí puedo seguir dándote más, incluso no solo a ti sino a toda tu gente, a todo tu pueblo, solo hay algo que te quiero pedir, mira: ves ese hueco grande en donde se bifurca el tronco del árbol, ahí me vas a ofrecer dos bebés recién nacidos, casaditos, es decir niño y niña, una vez que los tengas los lanzas por el hueco y yo desencantaré estas aguas, porque aquí debajo del árbol hay muchísima agua, y ahoritita mismo la vas a ver.
Entonces por arte de magia, comenzó a mover las manos de modo que, la tierra cedía caprichosamente a su voluntad. Después de mover mágicamente varias capas de tepetate, el agua comenzó a brotar a borbotones, como si fuera manantial. El señor al mirar todo esto se heló,  la piel se le puso de gallina y entonces, sin pensarlo comenzó a correr hacia su jacal y sentía que por más que corría no avanzaba. Volteó a mirar al charro que lo perseguía montado en su caballo negro azabache, pero cuál fue su sorpresa que, al mirar nuevamente pudo darse cuenta que su caballo corría sin tocar siquiera el piso y de su hocico y nariz bufaba fuego; En los ojos de ambos, jinete y caballo no se distinguía mas nada que una oscuridad que le paralizaba de horror.
Sin saber cómo logró llegar a casa y llorando a mares le dijo a su esposa lo que había sucedido, ambos se pusieron a rezar, colgaron en la puerta de su jacal una cruz de pericón que, hacía poco un compadre les había traído de Morelos, pusieron a los pies de su petate las tijeras en forma de cruz, pero a la media noche, un frio infernal se dejó caer sobre su casa, los perros comenzaron a aullar dolorosamente, y comenzó el charro a llamarlo por su nombre una y otra vez, su esposa estaba como desmallada y no volvía, entonces como todo buen Tequimichin de Tecozpa se asomó por las rendijitas de las piedras sobre puestas de su jacal para poderlo mirar, cuando de pronto le llamo a sus espaldas y le dijo -¡¡ dos niños casaditos y el agua será liberada para el pueblo!!-, entonces el hombre no pudo más y se desvaneció.
A la mañana siguiente, entre la bruma del amanecer, las campanas del templo de San Francisco de Asis, santo patrón de Tecozpan, doblaban dolorosas y tristes la melodía de una misteriosa muerte de uno de sus pobladores, la viuda había despertado y lo que hallo fue el cadáver de su marido con el rostro horrorizado como si hubiera visto al mismísimo diablo. La viuda narro a los amigos y familiares lo que a su marido le había sucedido en sus últimos días de vida y la historia comenzó a narrarse de generación en generación hasta nuestros días. Muchos aun dicen que si uno va a media noche en cierta época del año puede ser que el charro negro se le aparezca y le ofrezca desencantar el agua. Pero yo digo que nadie nunca dio niños en este pueblo para el diablo, por eso el agua sigue hasta nuestros días encantada a los pies de su guardián, que es el misterioso árbol del ahuehuete.
            Pues bien dicen que todo mito o leyenda tiene casi siempre una realidad histórica de la cual nace. Recordemos pues, que fue en el siglo XVI cuando España sojuzgó nuestras tierras e impuso la fe cristiana. Muchos templos importantes se construirían justo sobre las ruinas de los antiguos templos y adoratorios prehispánicos; Sin embargo, no en todos los casos fue así, hubo adoratorios o centros ceremoniales que no tuvieron este final y a los que simplemente la iglesia se limitó a satanizarlos, como lugares non gratos en los que moraba el enemigo y la maldad.
            Menciono esto porque es en este fenómeno sociocultural dónde se dieron las condiciones necesarias para la leyenda del ahuehuete, procederé a explicar algunos detalles con detenimiento.
Un ex coordinador de mi pueblo amigo mío, llamado Servando Gallardo Silva, y yo, tuvimos allá por el 2005, una plática en la que hizo un comentario muy interesante, él me dijo literalmente: “allá en el ahuehuete antes, había una como pirámide pequeña”. Debo aceptar que ante comentarios de esta índole, suelo siempre escuchar, pero en mi interior siempre soy muy escéptico, pues algo como eso no se toma muy a la ligera.
            Un par de años después en una reunión con mis compañeros del Consejo de la crónica de Milpa Alta, el Profesor Manuel Garcés Jiménez, secundó el comentario que años antes Servando me hiciera, esta vez además había un detalle extra, describió la supuesta pirámide pequeña como si estuviera construida con algo como estuco.
            Comentarios más, comentarios menos, en los que varias personas de mi pueblo mencionaban no tanto una pirámide pequeña, sino que  varios de ellos dijeron un día que había un techacal al lado del ahuehuete, entre ellos, el ya finado profesor don Federico Campos Roldan, un gran amigo y maestro para mí de las historias de mi pueblo.
            Por aquellos años y pese a grandes esfuerzos por saber más sobre mi tierra había detalles que pasaban inadvertidos para mí, una noche después de la reunión de cronistas que celebramos en la coordinación de enlace territorial de Tecozpan, le pedí a Sergio Abad un compañero cronista del pueblo de Santa Ana Tlacotenco, que en ese entonces estudiaba la carrera de historia, que me diera su opinión respecto a unas fotografías que tomé de unas imágenes pintadas en un peñasco al que todos en mi pueblo llamamos Tetlacuilole que significa en nahuatl: la piedra con dibujos, así que fuimos a tomar un café, la plática se alargó, Sergio me exponía también sus avances y observaciones sobre sus investigaciones respecto a su natal Tlacotenco. Cuando al calor de la plática mencionó la palabra techacal, lo interrumpí en ese momento y le pedí que me explicara qué era eso, pues si bien tenía ya una vaga idea de ello, me interesaba saberlo desde la perspectiva de un cronista, pues muchas veces pueden apreciar más detalles.
            Sergio dijo: son montículos de piedras casi siempre sobre puestas que hay en los terrenos de labor o en el monte, a veces los hacen solo para conjuntar las piedras que hay en la milpa, aunque también en nahuatl tienen otro nombre, porque antiguamente se usaban para ceremonias rituales, es decir también se le llama momoztli, que en nahuatl significa altar pequeño.
            Me di cuenta entonces que lo que había en el ahuehuete si bien no era una pirámide si podría ser un pequeño altar, o simplemente el resultado de un excedente de piedra volcánica que en lugar de andar desperdigada por la milpa alguien había acumulado hasta formar un montículo, un techacal. Sin embargo, años atrás mi Profesor de escritura mexica Ulises Valiente, me había enseñado a escribir el glifo de Malacachtepec Momozco en caracteres pictográficos, es decir a través de glifos prehispánicos, además de realizar la lectura del mismo de un modo tan bello como a ningún otro nahua hablante le he escuchado traducirlo, dijo: Malacachtepec momozco significa: “En donde los cerros se tuercen, en donde abundan los pequeños altares” – En efecto, la última palabra de esta voz nahua, comenzaba a tomar sentido, porque hay muchos lugares en Milpa Alta en donde hay techacales. Techacales que, tal vez no solo fueron eso sino probablemente momoztin.
            Antes de continuar quiero comentar querido lector que a veces hay regalos que la vida nos tiene reservados incluso quizá antes de nacer. Creo que el cronista tiene ya agendadas citas con el destino, o quizá simplemente el capricho de la tierra que nos vio nacer está dispuesta a develarnos ciertos secretos sepultados a aquellos que con amor estamos dispuestos a narrar para que nunca se olviden y se guarden en la conciencia colectiva de sus habitantes. Y digo todo esto porque el hallazgo que me toco realizar y las conclusiones a las que pude llegar, más allá de un trabajo de investigación científica, fueron coincidencias del destino.
            En el 2008 monté una exposición fotográfica y etnográfica de mi pueblo con amigos míos del Consejo de Cultura de Tecozpan, entre ellos Luis Jimenez Beltran, Mauricio Peñaloza y Juan José Reyes Aguilar, este último se percató que Miguel Ángel Roa había aportado algunos tepalcates, uno de ellos muy interesante para nuestra historia pues uno de ellos por ejemplo, era la representación de Cuauhyeyecatzin el ultimo líder de Tecozpan que mencionan los títulos primordiales de bienes comunales de Milpa Alta, Don Federico Campos nos aportó también para ser exhibido un monolito que hallaron en terrenos de labor cercana al ahuehuete y otros vecinos más llevaron piezas semejantes.
Juan José entonces nos dijo que una de sus tías que vivía en el vecino pueblo de San Agustín Ohtenco, tenía unas piezas de barro que había encontrado en el ahuehuete, pues ella era la dueña de ese predio. No muy convencidos porque el tiempo ya estaba muy corto y apremiaba terminar el montaje de la exposición que entre fotos y objetos sumaban más de trecientas piezas y debía de celebrarse la inauguración la tarde siguiente que era 4 de octubre -fiesta del santo patrón San Francisco-, aceptamos asistir al domicilio de su tía, quien en un principio se mostró un poco desconfiada pero cuando Juan José le explicó el motivo de la visita y que se nos prestasen las piezas, para exponerlas a la gente del pueblo, aceptaron. Primero en mostrárnoslas, yo me quedé sorprendido al contemplar las vasijas trípodes en forma de senos femeninos que nos enseñaron entonces, algunas ya estaban muy maltratadas, pues eran de barro, pero otras se conservaban bastante bien, al cuestionarles en cómo o en dónde las habían hallado. Me contestaron que hacía unos años atrás derribaron un techacal, que se hallaba  a un costado del ahuehuete, y que incluso cuando se dieron cuenta y las comenzaron a sacar contenían dentro huesos muy pequeñitos, como si fueran de animales y agregando José Luis en forma de broma y remembrando la leyenda dijo: Ó tal vez de bebés; Todos guardamos silencio como no queriendo saber más y entonces comenzamos a contar las piezas y a apuntarlas para cuando las regresáramos. Por último, ya casi a punto de salir le dijo a su hija que trajera la otra, pero mencionó que no podía porque era muy pesada y Mauricio que es un hombre muy ancho fue por la pieza y nos la mostró, tanto a la dueña como a nosotros no nos asombró pues no era una pieza por así decirlo, muy estética, incluso yo pensé en no llevarla a la exposición pues no me parecía genuina, pero decidimos presentarla también.
La pieza era lo que en arquitectura se conoce como dintel, aunque en ese momento yo lo ignoraba, los dinteles son piezas generalmente ornamentales que se colocan en las entradas de alguna habitación.
Era una piedra cuadrada, con un bajo relieve en el que apenas se apreciaban las mínimas facciones de un rostro: ojos, boca, unos círculos a la altura de las mejillas, dos líneas paraleleas que atravesaban de lado a lado la frente y en el espacio entre éstas unas líneas que formaban casi cuadros la piedra no era negra volcánica como la que abunda más por esta zona sino que  era un poco rosada, como la que sólo he visto que hay en San Bartolomé Xicomulco.
Siendo honesto creo que me mostré muy incrédulo ante la pieza, sin embargo había algo real, el momoztli del que tanto me habían hablado, existió y no solo era un techacal los vestigios estaban ahí eran reales y los podía tocar con las manos, el pasado oculto estaba ahora presente ¡después de no imagino cuantos siglos! Presente en la fiesta de su gente en un lugar digno de su recuerdo.
Un par de años después en el 2010, preparando material para mi clase con los chicos de Niños Talento, a los que les daba clase de escritura pictográfica nahua, revisaba algunos códices que tenía digitalizados en la computadora, ¡cuando la vi!, en una de las láminas del códice Magliabechiano, que representa el baño del temazcal, Tonan tlazolteotl, la patrona de las parteras y los médicos del México prehispánico engalanaba en forma de un dintel la entrada al temazcalli, el baño de vapor que tanto se usó en nuestros pueblos para curar la enfermedad.
La vida nos da regalos insisto y creo que uno de esos que me dio a mí y a través de mi a mi pueblo fue ese, encontrarme con Tonan tlazolteotl como divinidad a la que se rendía culto en Tecozpan desde hacia siglos, pues el dintel que presentamos en aquella exposición era la viva representación del dintel que aparecía en el códice, incluso con las herramientas digitales con que hoy día contamos, recorte la imagen del códice y la traspuse sobre la foto de la piedra y todos los detalles labrados en bajo relieve coincidían con los que el tlacuilo plasmo en el códice.
Tonan Tlazolteotl es pues el elemento histórico, divino y cultural que ata muchos cabos sueltos en la historia de Tecozpan. Al inicio de este trabajo, hable sobre el mote por el cual se nos llamaba, Tetlachihui, brujo, pero no era eso, eran curanderos, médicos de los de antes, con técnicas místicas y milenarias, aquí en el pueblo hubo: tepopohque como Don Sotero Pérez que curaba con piedras, chupadores, como Don Marino Meléndez, sanadoras, como la abuelita de Don Librado Jimenez Bastida que sanaba con puntas de obsidiana, y otros más como Don Ventura cuyo apellido ahora no puedo recordar.
Es decir en Tecozpan, desde siglos atrás se tuvo el don de la sanación, y ahora puedo decir con conocimiento de causa que en el ahuehuete se le rindió culto a la patrona de los sanadores. Ahora bien ya antes lo dije aquello que no es propio de la fe cristiana fue declarado obra del diablo por la iglesia católica, entonces querido lector ¿Será una coincidencia que en el lugar en dónde se veneró siglos atrás a Tonan Tlazolteotl se apareciera ya en la cosmovisión mestiza el mismísimo charro negro? claro que no, siempre fue una verdad oculta desde siglos atrás, pero bueno, lo interesante de todo esto es la capacidad que tenemos como momozcas, no sólo como tequimichtin, es decir como tecozpences y como milpaltenses a pervivir y a conservarnos y reinterpretarnos pero sin perder la esencia de quienes somos, desde que a nuestro líder Tepalcatzin se le instruyó desde la la voz de Hueyitlahuilanque, en dónde serían las tierras del pueblo que él fundó hasta hoy llamado Tecozpan.
Solo como dato anecdótico y curioso, el hospital General de Villa Milpa Alta se encuentra en el paraje llamado Tecozpan, en el límite del barrio de Santa Cruz y mi pueblo, de los pocos profesionistas y técnicos que hay aquí, más de la mitad se dedican a las ciencias de la salud.

Domingo 6 de Marzo del 2016, hasta siempre Victor Hugo González Chimal.